lunes, 24 de octubre de 2011

Nuestro centro histórico


Las callejuelas que recorres 
cuando no estás conmigo 
es algo que no quiero ver.

Sólo quiero que me lo cuentes.


Ahora ya paseamos (todavía no nos arrastramos)
a veces solos, a veces de la mano, 
ahora sol, ahora sombra,
por las calles enmarañadas de esta ciudad vieja.

Pero no fue siempre así.


Hubo un tiempo, cuando subías la primera escalinata 
tras el portal que da acceso al interior de la muralla, 
en que yo
te miraba desde el balconcito enjaulado de un primer piso humilde. 
Y tú entonces no me veías: andabas demasiado ocupada con no tropezar. 
Mirabas el suelo.
Te movías por el empedrado a saltos, de piedra en piedra, 
porque eras tan pequeña que no podías permitirte 
pisar las juntas. 

Y cada contrahuella era un mundo. 
Y cada huella un universo.
Tu huella en mí 
incalculable.


Por en medio han pasado tantas cosas que sólo recuerdo 
el confeti en el suelo. Y olor a vino.

Pero aquí nos tienes, hinchados de vida, trabajo y placer. 
Como globos de colores que una brisa transporta de tejado en tejado. 

Ahora sol. 
Ahora sombra.

Mortalmente infectados de curiosidad. 

Aparentemente sin rumbo. Pero en el fondo
profundamente determinados.

Con cierta tendencia a subir de espaldas.


Y la partida,
la combustión,
que nos sorprenda lo más cerca posible del cielo.